Foto Ascen Jiménez |
Rubén Abella, tripitidor en nuestros talleres
de crítica y creación literarias, volvió a cumplir las elevadas expectativas de
los asistentes, sobre todo de los que ya le oyeron en ediciones pasadas. Con
ese entusiasmo y amenidad que le caracterizan, condujo la sesión sobre teoría y
práctica del microrrelato, volcándose en cada pregunta, en cada ejemplo, en
cada ejercicio. Tuvo la deferencia de proporcionar a los asistentes dos
cuadernillos, uno con los puntos de teoría que iba a tratar, otro con una selección
de microrrelatos de autores hispánicos.
Primero definió el
género, también por negación (el microrrelato no es un chiste, o sentencia, o
estampa, o pseudo-haiku…) Explicó que la brevedad no es requisito suficiente,
si no va acompañada de tensión narrativa, intensidad y precisión verbal.
Aplicando la analogía con las pruebas de atletismo, cada distancia tiene sus
trucos y técnicas. El microrrelato requiere concentración, tanto para leerlo
como para escribirlo.
Ilustró
estas nociones con una imagen entrañable tomada de su infancia: la del padre
que, ante sus pequeños hijos expectantes, entreabre la puerta que da al salón
donde reposan los juguetes en la madrugada del Día de Reyes. La rendija es
estrecha pero suficiente. Igualmente, el microrrelato te deja asomarte, pero
nunca entrar.
Conectado
con lo anterior mencionó otros ingredientes necesarios: la reverberación (ecos
instintivos que provoca el texto), la narratividad intensa, la verosimilitud
(aunque sea en un marco ficticio), la economía verbal, la densidad,
minuciosidad, huida del cliché. etc.
En
definitiva, toda una lección impartida por un maestro que sabe de lo que habla.
El que quiera comprobarlo, que lea su recopilación de microrrelatos “Los ojos
de los peces” (ver una muestra en Fábula 28)