Reproduzco el editorial aparecido en el número 39 de la revista literaria Fábula, para aquellos de vosotros que aún no seais sus lectores/ suscriptores. Como es obvio, lo que se dice de la revista que se despide se puede aplicar a otras...
ADIÓS A LA BOLSA DE PIPAS
“Hasta
aquí la historia de una publicación que nació con vocación de pistacho asomando
por la entrepierna de una musa”. Con estas palabras se despedía recientemente
una de las revistas literarias independientes más emblemáticas del panorama
hispano, La bolsa de pipas, después
de ciento tres números y veintidós años de singladura. Su director, Román Piña
Valls, le echa la culpa, si no al boggie, a “un gintonic que (l)e dieron este
verano en una piscina”, a haber cumplido los cincuenta, o a ambas cosas.
Desde que conozco La bolsa de pipas he sentido una
especial hermandad entre ella y Fábula,
y creo que en alguna medida era un sentimiento recíproco. Supongo que nos
reconocíamos como últimos mohicanos de una tribu en extinción, caracterizada
entre otros rasgos por una querencia sentimental por el papel, la independencia
respecto a los circuitos comerciales, políticos, ideológicos o tribales, y la
apertura a cualquiera que nos demostrara un mínimo de calidad en el arte de
juntar palabras.
“Las revistas literarias no venden”,
me declaró hace no mucho un librero al que quise arrancar una colaboración. Ya
lo sabía, nuestros veinte años largos de trayectoria me lo habían enseñado. El
mercado editorial se apoya en el nombre –nombre que se crea, se infla o se
destruye a partir de una trayectoria, pero también en campañas, en apoyo
mediático, en farándula– y unas revistas como las nuestras presentan
habitualmente unos índices de autores que nada aportan a Balcells S.L. u otras
agencias literarias de postín.
Además, nuestros limitadísimos canales de
distribución no pueden competir con la difusión –si bien indiscriminada– que se
puede alcanzar por internet. Si nuestras revistas existen para dar voz a
autores desconocidos, a menudo estos prefieren abrir sus propios blogs y
difundir sus creaciones por el ciberespacio. La necesidad crea el medio, y no
es infrecuente que un autor que busca lectores compagine la autopublicación
virtual con el envío indiscriminado de los mismos escritos a publicaciones que
acepten originales, desoyendo a veces la mínima condición de ser inéditos que
les exigimos.
También, supongo, es posible que La bolsa de pipas se cansara de no ser
noticia. Aunque cada nuevo número suponga para sus creadores un parto feliz, no
está exento de dolores de ídem. Sin embargo, la prensa cultural no vibra
demasiado en esta onda, y suele dedicar, en el mejor de los casos, unas breves
líneas a cada alumbramiento, cuando no el más absoluto vacío.
En la autopublicidad de Fábula tratamos de resumir el concepto
de público ideal al que nos dirigimos: “escritores que leen, lectores que
escriben”. Pero lo cierto es que no todos los escritores leen, o al menos no a
los de su segmento de popularidad; y que los lectores suelen preferir nombres
más sonoros, más previsibles (también en el mejor de los sentidos), o material
menos heterogéneo o del que tengan información previa.
Con todo, una revista como las nuestras aún
puede llegar a ser la bendita hoja de Forrest Gump, que vuela mecida por el
viento hasta caer en las manos adecuadas. Así, siguen sucediendo milagritos
como el de ese lector norteamericano que se siente tocado por unos versos de Fábula 37 y nos pide permiso para
traducirlos ante el mundo de habla inglesa. Como buen ser vivo, una revista es
imprevisible. No sé sabe dónde puede acabar y el efecto revitalizante que puede
tener para un individuo o una colectividad.
Pero esto es (no lo olvidemos) un
réquiem en memoria de una revista hermana. También como buen ser vivo, tras el
nacimiento, crecimiento y eventual reproducción, una revista muere. “No olviden
echarnos de menos”, pide Román Piña al final de su despedida. Y creeme, amigo
Román, que desde aquí ya lo hacemos.
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