Hoy, Fiesta de los Inocentes, parece ocasión propicia para publicar este nuevo microrrelato que combina uno de mis temas favoritos, la mezquindad, con el de la violencia de género... literario.
DELACIÓN
Mi
exmarido siempre se consideró mejor que yo. Durante los primeros años de lo
nuestro llegué a pensar que así debía ser, tan enamorado como estaba. Pero
ahora lo considero intolerable, algo que no debo consentir. Por eso escribo
esta delación.
He de poner de manifiesto ante la autoridad
competente los graves errores en los que incurre Sebastián Fleitás para que se
tomen medidas drásticas de modo urgente…
Sebastián posee una sensibilidad especial, lo
admito. De hecho, nos conocimos en un recital poético. Sin apenas planearlo,
nos sentamos juntos, y cuando el poeta local leyó el verso que dice “De tu
entera raíz quiero la brida” con cadencia trémula, ambos nos sorprendimos
suspirando al unísono. Ese fue el comienzo de todo. Luego vinieron cuatro años
de relación, y cuando Zapatero nos permitió casarnos, nos casamos, él de blanco
y yo de negro. ¡Cómo lloraron nuestras madres! ¡Cómo lloré yo!
Pero luego llegó la rutina, el día a día, y fue
demasiado para él. No para mí, que me gusta lo ordinario, lo previsible. Yo le
habría sido fiel. Pero él no podía vivir atado, dijo. Yo no quería darle el
divorcio, me resistí cuanto puede, utilicé todas mis armas. Pero al final tuve
que ceder, porque en España el divorcio es cosa de uno. Se separó de mí, me
desdeñó, siguió su camino solo, o con otras compañías. Nunca le perdoné.
Con el tiempo su carrera literaria despegó, y empezó
a publicar sus poemarios. Yo, desde mi trabajo como informador, procuré
desinformar lo más posible. Me gané la confianza del jefe de sección, y
conseguí que me dejara especializarme en literatura local. Lo hice todo por él,
a él le debo haber dejado el fútbol regional, mi especialidad primigenia. Así,
cada vez que llegaba una noticia de agencia sobre él, procedía a borrarla antes
de que cayera en otras manos. Cuando esto no era posible, me esforzaba en el
arte de la filigrana desinformativa, para no llamar mucho la atención, y
conseguí resultados realmente significativos. En ocasiones le cambiaba alguna
letra del apellido. Uno de mis principales logros fue informar de la
presentación de un libro suyo de modo que no se supiera si el autor era él o el
presentador. Otro, acaso aún más encomiable, fue cuando quedó finalista del
Premio Nacional de Poesía, y solo le concedí un parrafito al pie de una página
en la que había entrevistado a un vecino de mi madre que acababa de colgar su
novela casera en internet. Eso sí que fue sutil, pardiez. Si, por un casual, su
editor mandaba la información en un día que yo libraba, al cabo entraba yo en
la sección digital del periódico, echaba mano de cinco o seis de mis treinta
seudónimos virtuales, y llenaba el foro de descalificaciones o críticas
demoledoras. Tengo su nombre en mi servicio de alertas de Google, para mejor
buscar, y ni siquiera pasan un par de minutos desde que algo sobre él se cuelga
en el ciberespacio hasta que me entero.
Pero, aún así, mi exmarido ha conseguido ser más
célebre que yo en nuestra pequeña ciudad. Es algo que, todavía ahora, cuando
redacto esta delación ante el webmaster, se me antoja intolerable.
… busca ante todo la autopromoción, y el texto
carece de interés enciclopédico. Por estos motivos, sugiero la supresión de la
entrada inmediatamente…
Y
es que podría soportar que siga escribiendo poemas sin que piense en mí.
Incluso que le inviten a presentar más actos culturales que a mí, o que salga
en programas radiofónicos como contertulio (¡con lo bien que lo haría yo!).
Esas son facetas que aún no he podido contrarrestar. Pero lo que no consiento,
de ninguna de las maneras, y máxime cuando yo he fracasado en ese empeño, es
que el maricón de mi exmarido tenga su propia entrada en Wikipedia.
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